Hay algo bueno entre saber diferenciar el pasado y el presente, porque no sólo existe una barrera temporal entre estos dos momentos, hay, por el contrario, una complejidad infinita entre los tiempos, los espacios, las personas, las emociones y las pequeñas o grandes decisiones tomadas.
A veces el pasado sigue siendo presente, porque el pasado solo alcanza su estatus de pasado cuando todas, o por lo menos, la gran mayoría de las partes que le conforman, han tenido una resolución. El pasado puede ser prudente o arrasar con todo lo que tiene por delante, lo que depende de qué tanto le escuches y en qué forma lo haces.
Hoy, el pasado ha tenido una conversación conmigo, el pasado me ha dicho que no pretende ser mi presente, pero que no hay una forma prudente de hacerme entender que hay cabos sueltos que no se atan solos, que hace falta mirar atrás para conectarse y para reconocer esas partes donde los cables se desgastaron para cambiarlos por unos más fuertes y más sólidos.
Hay una equidistancia entre lo que se muere y lo que renace, como las flores de una planta, donde mientras unas florecen, las otras marchitan. Ese hermoso momento, cuando lo que está desvaneciéndose y lo que está naciendo forman parte del mismo ser, es en el que comprendes una de las dinámicas más importantes de la vida: debes saber soltar para poder avanzar y crecer.
Qué bueno…y cómo me gusta esa palabra: equidistante
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